Se dirigió presurosa hacia la cafetería. La reunión del banco había sido insoportable; en un par de ocasiones había estado a punto de saltar sobre la yugular de Sonia Reverte. No soportaba a esa trepa traicionera teñida de rojo. Ahora caminaba a paso rápido con el periódico bajo el brazo. Veinte minutos dan para mucho si se saben aprovechar. Entró y escogió una mesa soleada. El camarero la saludó con familiaridad, no era necesario pedir nada, ya conocían sus gustos. Abrió el periódico y, repitiendo un gesto muy suyo, se sujetó el pelo con su mano derecha. Todavía era posible que aquel fuera un buen día. Se dejó caer sobre la letra impresa como un nadador lo hace sobre el mar.
Foto y texto: Gonzalo Gallardo
