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lunes, 11 de junio de 2012

Macondo


Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus, era un hombre lúgubre, envuelto en un aura triste, con una mirada asiática que parecía conocer el otro lado de las cosas. Usaba un sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo, y un chaleco de terciopelo patinado por el verdín de los siglos. Pero a pesar de su inmensa sabiduría y de su ámbito misterioso, tenía un peso humano, una condición terrestre que lo mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana. Se quejaba de dolencias de viejo, sufría por los más insignificantes percances económicos y había dejado de reir desde hacía mucho tiempo, porque el escorbuto le había arrancado los dientes.

Foto: Gonzalo Gallardo
Texto: Gabriel García Márquez
"Cien años de soledad"
Descripción de Melquíades, científico y gitano