Todo lo que le pertenece en este mundo le cabe en una bolsa de viaje. La lista es corta: unas cuantas prendas de ropa vieja y ajada, una caja de madera y una biblia. Hace mucho que camina ligero de equipaje como decía Machado. La mañana en que lo conocí había comenzado como tantas otras: puso la caja en el suelo, sacó la biblia –ya casi baraja por lo desencuadernada- y se sentó sobre la bolsa, ahora convertida en mullido asiento. Ausente de todo y solitario rodeado de gente. De vez en cuando un golpe seco anunciaba la llegada de una nueva moneda, pero eso no parecía distraerle de su lectura. Tanta concentración me intrigó.
-¿Crees en Dios? –le pregunté.
- No lo sé –fue su respuesta.
-¿Entonces como lees la biblia?
- Verás: tuve que elegir. Solo podía llevar un libro.
Y acto seguido bajó la mirada dando por concluido mi molesto interrogatorio. Deposité una moneda en su caja y continué mi camino, mientras él se dejó caer sobre la letra impresa como un nadador lo hace sobre el mar.
Foto y texto: Gonzalo Gallardo