La belleza destroza la inocencia cómplice.
Cuerpecillos quebrados, ahora pellejos sucios, los mismos que cantaron su
engaño, su esperanza. Ya no serán más la brisa que pasa entre las hierbas
pobres.
Casi sin fuerzas, comenzar de nuevo; encender las
hogueras, liberar las palabras. Tras el rojo coral de los almendros, una sola
senda que todo lo contiene.
Después de haber vivido a la intemperie, desnudo como
un perro, puede la lluvia penetrar en la carne y el viento secuestrar la piel,
casi infinita. Y antes del fin, tal vez reconocerse. Para que el tránsito hacia
la luz sea algo más que una enumeración vertiginosa.
Foto: Gonzalo Gallardo
Texto: Poema perteneciente al libro Extraños en corazón del viento
de Ángel Presa Yobre