Recuérdalo,
fue como si el techo de tu habitación se llenara de pronto de nubes y tú y yo,
ahí abajo, volando, tan ausentes a todo lo que no fueran nuestras alas.
Acuérdate de cómo el mundo, por fin, se convertía en una mentira y nosotros
éramos la única verdad. De cómo nos besábamos, como si tuviéramos toda la vida
para hacerlo, como si supiéramos con total certeza que el último beso sería
como el final de las canciones y no llegaría jamás, como si besándonos
consiguiéramos quedarnos allí, juntos. Acuérdate de cómo vencimos al sol
bailándonos, estallando todas las letras del abecedario, las ocho notas de la
escala, de cómo entre gemido y gemido, te llené la lengua de palabras en el
viento, de cómo entre gemido y gemido me llenaste el vientre de canciones bajo
la lluvia. Acuérdate, recuérdalo, lo difícil no es olvidarte, es querer
hacerlo. Lo fácil no es recordarte, escribirte, imaginarte, soñarte. Lo fácil
son estas ganas de querer volver a tenerte. Por eso tienes que acordarte, y
recordarlo, y no olvidarlo, y pensar que una noche fuimos tan libres que se nos
quedaron los labios salados y los ojos empañados como si lloviera hacia arriba
y se nos despeinara el pelo y cerráramos el paraguas para ahogarnos -no habrá
mejor tormenta que la que sucedió en mis ojos cuando te besé por primera vez-.
Como si querernos fuera como nadar en el océano: algo tan inmenso como
imposible. Por eso, acuérdate, recuérdalo. Porque recordarnos es lo único que
podemos hacernos.
Foto: Gonzalo Gallardo
Texto: Elvira Sastre