Una historia de amor, sexo y violencia
Caminaban juntos en la oscuridad.
Él sentía sus leves pasos a su lado. La había conocido la noche anterior y en
cuanto la vio se sintió cautivado. Era guapa y su cuerpo tenía un color tostado
precioso, pero lo que le hizo enloquecer fue su olor. Desprendía una fragancia
a la que sencillamente no se podía resistir. Inmediatamente tomó la decisión de
no separarse de ella nunca jamás, quería sentir ese aroma el resto de su vida.
Al amanecer la llevó a su casa y
pasaron el día acostados, haciendo el amor de forma compulsiva. Hasta diez
veces se apareó, lo que hizo que su orgullo de macho se elevara hasta lo más
alto. Al fin, el sueño y el cansancio pudieron con él.
Una punzada en su estómago lo
despertó, no sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo. Ella se había levantado ya;
se estaba acicalando y le dedicó una mirada tierna. Afuera era de noche otra
vez. No recordaba cuando fue la última
vez que comió y dedujo que era el hambre lo que le había despertado. Decidieron
salir a buscar algo de comida y dar una vuelta.
Nuevamente caminaban juntos en la
oscuridad, ya habían picado algo y él se sentía reconfortado mientras paseaban.
La perspectiva de tener, al fin, una pareja estable, lo hacía muy feliz. Una
vez más sintió su aroma de hembra que tanto le gustaba…
En ese instante una luz cegadora
lo invadió todo. El pánico les impedía moverse, todos sus sentidos estaban
alertas. Era una luz extraña, blanca, resplandeciente; nada que ver con los
tonos amarillos de la luz del sol. Un momento después vio con horror como una
figura gigantesca se aproximaba. Era un ser enorme que hacía temblar el suelo
al caminar. No había visto nada igual en su vida. El monstruo portaba un objeto
cilíndrico en lo que parecía ser una de sus extremidades. Y se dirigía hacia
ellos.
Rápidamente salieron a la
carrera. Nunca pensó que fuera capaz de correr tan deprisa, pero el miedo hacía
que no sintiera cansancio alguno. Todo fue inútil. Una nube de gas tóxico a
presión los envolvió y los tiró al suelo.
Quedó tumbado boca arriba. Estaba
aturdido y su mente no reaccionaba. Sintió como sus extremidades se iban
paralizando poco a poco. Ladeó la cabeza y entonces la vio, ella también
agonizaba. Pudo distinguir como sus antenas caían al suelo flácidamente, sin
vida. Quiso oler a su hembra y sentir por última vez su perfume. Fue en vano.
Ahora todo olía a “Cucal”.
Foto y texto: Gonzalo Gallardo